Olvido Andújar escribe sobre Canciones para no perderme:
- De la poesía
Cuando el ser humano no podía hablar, cantaba. Y, a través de las notas y de las entonaciones, narraba lo que no se podía contar.

Cuando no encontraba las palabras, aún había una melodía sobre la que construir y afianzar el verso.
La poesía siempre ha sido, en realidad, una partitura sobre la que anotar ideas, corcheas, semifusas y el lenguaje puro y desnudo. Y, una vez todo recogido en el pentagrama, dotarlo de significado y armonía.
La música quizá no haya sido siempre poesía, pero siempre ha perseguido el lirismo. Y tampoco todos los poemas han bebido de los mismos cánones rítmicos, pero ambas disciplinas, la poesía y la música, tienen un punto de encuentro, un lugar en el que se reconocen, se entienden y se enredan con sutileza. Ni todos los músicos, ni todos los poetas han sabido formar pareja de baile con ellas, pero hay quien ha sabido hacerlo de fábula. Y Cristina Mora es una de esas personas. Sabe coger los significantes que musicalizan los significados, acurrucarlos con su voz, con su sensualidad y el ritmo, deconstruyendo un texto que se vuelve a ensamblar en la esencia última de la canción.
Cuando el ser humano aún no tenía poesía, ya tenía la música. Nuestros antepasados más remotos, se sentaron un día en círculo y, más aún, danzaron. Dieron palmas, entonaron cánticos, con los que pusieron ritmo, tono y voz a los miedos, los sueños, los anhelos y los abrazos… Muchos años después, cuando aún resuena el eco de sus lamentos y de sus risas, eso es lo que seguimos haciendo con la música y la poesía que nos legaron.

Cristina Mora ha creado un disco que va del susurro al bramido para proponer un homenaje a las personas que nos han dejado la almohada llena de notas y palabras. En sus canciones encuentran abrigo los poemas de Ángeles Mora, Emily Dickinson o Federico García Lorca. Cristina los cubre de alma, de sensualidad, de armonía, de naturalismo, de afinación y de libertad. Estamos ante una intérprete que sabe muy bien que es a través de la palabra, cantada o narrada, como ponemos nombre a nuestros desvelos más ancestrales y legítimos. Y por eso nos habla, y nos canta, desde la melancolía del blues, la espontaneidad del jazz, la rotundidad del rock, e incluso desde la fogosidad caribeña, de todas aquellas cosas que nos importan (o, al menos, debieran importarnos): la sororidad, el amor, la injusticia, la vida.
La poesía, como la música, canaliza lo inefable. Pero que no seamos capaces de expresarlo con palabras, no significa, ni muchísimo menos, que no necesite ser dicho, ser cantado. Por eso seguimos escribiendo y leyendo poemas. Por eso seguimos componiendo y escuchando canciones. Por eso seguimos necesitando la música de artistas como Cristina Mora.
II. Del eclecticismo
Canciones para no perderme no tiene etiqueta, no puede encontrar una que lo defina, que lo atrape con calificativos. Es un disco que viene del camino del eclecticismo y al escucharlo, comprendes que ha de ser así, porque sin esa mezcla de raíces, no tiene sentido. No es. Pervierte su razón, su esencia. En este disco, pareciera que Cristina Mora escarbara la tierra con los dientes hasta llegar a los ring-shout donde danzaban los esclavos, va más allá, al África originaria, vuela al Caribe y deambula por una América diversa, hasta volver a una Europa que es escuela, maleta y madre.
Este álbum nos habla de esa música heterogénea que llenaba los hogares, pero también los teatros, que iba del vodevil y el cabaret a la opereta, que consolaba los cantos de los guetos y que flirteaba con el rock, el bolero, la habanera, el rap… Estamos antes un disco que es la memoria de la mezcolanza porque sin ella no es posible la supervivencia.
Cristina Mora va a la esencia de amalgama e impregna su música de rock, de jazz, de ritmos latinos, de baladas, de variaciones, de espontaneidad y de armonías vocales tensionadas que funcionan, como en la poesía las imágenes, como una metáfora directa, como un nocaut certero. En cada tema está el prisma personal de Cristina, que combina con una instrumentación llena de elegancia y con unas afinaciones impecables.
La música, como la poesía, está llena de alma. Y este disco, con composiciones propias, rezuma alma.
III. De la mujer
Es fácil rastrear a los padres, con pe de patria, de todas las artes. Los padres del cine, los padres del jazz, los padres de la literatura… Es fácil encontrar los nombres, casi siempre masculinos, que apadrinan, otra vez con pe, las artes. Las mujeres, con eme de madre, son anónimas. Cuando si de algo podemos tener certeza es de la maternidad.
La mujer es la creadora de la vida y la música, como la poesía, es vida. Vida que ha de ser cuidada. Y a los cuidados se ha relegado a la mujer. ¿Pero no es puro cuidado la música, la canción, la nana entonada por los labios de una madre, con eme de mujer?
La mujer en la música ha tenido que luchar, como en todas las disciplinas, mucho más que sus compañeros hombres. Tenían que demostrar que podían componer, que podían tocar, que podían actuar… y que, al volver a casa, aún podían alimentar a los suyos.
Cuando escucho el disco de Cristina Mora oigo su sonido, siento su compás, que me habla de la tierra, de las promesas, del alma, de la sonrisa, del color de la voz y de las mujeres que, antes que ella, se dejaron la piel en cada nota.
El disco de Cristina Mora es un disco ecléctico, valiente, lleno de vida, de poesía y de alma. Y al escucharlo comprobamos por qué seguimos necesitando la música de personas como Cristina, aunque solo sea para no perdernos.